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Entrevista a Mario Silvania

«Hacer música pop es escribir una historia dentro del rock. Silvania ha escrito con sus discos una historia que la gente sigue descubriendo»

Publicado: 2019-03-14
En los noventa Mario Silvania y Coco Ciëlo integraron un proyecto musical catalogado como dreampop, shoegaze, minimal y electrónica downtempo: Silvania. Si recorremos el mapa sonoro de sus guitarras, sintetizadores, pianos, violonchelos y cajas de ritmo, llegaremos a nuestras memorias del futuro o quizás a los sueños del pasado. Después de una temporada de silencio, Mario ha regresado como DJ, productor de bandas (Laikamorí y Blue Velvet) y con más música para soñar (despiertos).

Haz un viaje en el tiempo y aterriza en 1987, cuando te fuiste de Lima, ¿cómo ves a la sociedad?
No sé si me fui en 1987 o antes. Sentía mucha tristeza, mucha desesperación. Recuerdo el terrorismo, a Alan García (aunque recuerdo más a Belaúnde). Eran tiempos muy difíciles: Sendero azotaba de una manera asquerosa, vulgar, grosera. No había un futuro, no había nada. Lo único que existía era la movida subterránea, que fue lo mejor porque de ahí salieron directores de cine, poetas, arquitectos, diseñadores, modistos y grandes músicos. Luego pasó una cosa bien fea: parece que Sendero se infiltró en el rock subterráneo y la movida se volvió muy facha políticamente. Pero sí tengo unos recuerdos hermosos de esa época, los primeros ochenta, que es cuando nace el rock subterráneo y Belaúnde entrega los canales de televisión a sus dueños, con lo que se da una apertura tremenda (podías ver a Siouxie and the Banshees, Talking Heads, Brian Eno, Blondie).
Tocaste el bajo en Eutanasia y Excomulgados. ¿Consideras que fuiste parte de la movida subterránea?
Llegué a conocer a Daniel F, a Pelo Madueño, a un montón de gente. Éramos unos niños. Estaba César Príncipe (Cardenales), Miguel Ángel (Voz Propia), “Montaña”, que era el guitarrista de Voz Propia. ¡Cambiamos el mundo en el Perú! Sin rock subterráneo, ahora se estaría escuchando mierda (más mierda de la que hay). Lo único que había en esa época eran los militares y los grupos que hacían covers imitando a Led Zeppelin, Queen o Deep Purple. No había eso que tú tenías dentro de tu corazón y podías escucharlo con dos o tres acordes de guitarra.
También salían fanzines…
Estaba la revista «Esquina», había fanzines. Se escribían a mano, se fotocopiaban, y así te enterabas de todo. El mundo cambia... Yo me quedo con lo de atrás. Antes en un concierto normalito de Silvania, entraban 500 personas. Al otro día 450 personas, si les había gustado tu música, iban a la tienda y compraban tu disco. Ahora te buscan por Internet y se bajan la música gratis.
Llegas a Alemania primero. ¿Qué te impacta musicalmente?
Los alemanes lo inventan todo. En Alemania estaba el rollo de juntar dos mundos: las guitarras con la música electrónica. Fue un momento bien curioso, de ruptura. En 1985-1986 viene una vertiente más ruidosa, con The Jesus and Mary Chain, Happy Mondays, The Stone Roses (que es la movida Mánchester). Eso se juntó con Cocteau Twins. Se empezó a escuchar música de los sesenta, The Doors, a eso se le llama el movimiento independiente. En España la escena grande empezó con Los Planetas y Silvania.
La precuela de Silvania es un piano rojo en tu habitación. En la música de Silvania hay mucho de lúdico, de música de juguete.
Tenía cinco años. Lo que te marca en la vida es lo que va a salir, no lo puedes esconder porque te marcó. Es como un tesoro: cuando escarbas, lo encuentras.
¿Encontraste en Valencia, Berlín, Ginebra ese tesoro? ¿Le tomaste el pulso a las ciudades?

Alemania tiene la música más interesante. Alemania siempre ha sido el centro de todo. Recuerdo que los alemanes sacaron un canal de televisión que se llamaba Viva Zwei (Viva Dos). En este canal alternativo iban con una camarita y filmaban al grupo y lo pasaban por televisión. Eso no lo hacía nadie.  

Si pienso en los lugares en los que estuve, los franceses son más sofisticados, los italianos son más parranderos. En España trago a full y son muy marchosos, muy fiesteros.

El proceso de hacer cada disco en España era bastante orgánico y Coco y tú como dúo hacían magia.
Sí, claro. Coco es como mi hermano. Tuvimos mucha suerte: él cantaba, yo cantaba, juntábamos las voces y era como que empastábamos. No teníamos que ensayar. Las dos voces eran magia. Las letras de Silvania están bajas de volumen porque queríamos que fueran un instrumento más. Para hacer un grupo tienes que llevarte bien con las personas. Hay momentos en tu vida que puedes hacer cosas con gente y hay momentos que no. Depende cómo tienes el corazón, si lo tienes abierto o cerrado.
¿Cómo aprendes?

Aprendes abriéndote. El mundo atraviesa momentos raros, de confusión, de limpieza. A nuestro país lo estamos limpiando de corrupción. Uno tiene que luchar, no dejarse vencer. La única forma de vencer es no siendo ignorante. La única manera de que nadie te venza es que no seas ignorante. 

Te digo una cosa, Ana, no solamente en el Perú falta educación, en otras partes también. Te vas a Inglaterra o EE. UU., y te encuentras con la misma historia. El mundo está en un momento en que si eres más ignorante, eres mejor. Yo siempre he dicho ¿qué tiene de malo aprender? Saber es genial.

Estuve escuchando los discos de Silvania. «En cielo de océano» tiene paisajes etéreos, es como si vieras por un caleidoscopio. En «Paisaje III» la música es de juguete. ¿Qué diferencia hay entre «Miel nube hiel» y lo que vino a continuación [Silvania tiene cinco discos: «Miel nube hiel» (1992), «En cielo de océano» (1994), «Paisaje III» (1994), «Juniperfin» (1997) y «Nave sin puerto» (1998)].
En la época de «Miel hube hiel» lo que más oíamos era la música ruidosa: The Jesus and Mary Chain, Cocteau Twins, Spacemen 3. Eso influyó para ese disco. Para «En cielo de océano» comenzamos a oír el pop barroco (la movida barroca de 1966, 1967, 1968), discos como «Pet sounds» (The Beach Boys), oíamos a Sagittarius, Manfred Mann, que era música preciosista con arpas, campanillas, violines, pero todo era pop. Los grupos de Alemania de los años setenta (Can, Neu!, Kraftwerk, Popol Vuh) nos marcaron profundamente para «Paisaje III».
Estos días estuve caminando por la música de Silvania como marciana y encontré algo especial.
Con la música buscábamos algo que sea hermoso, grande. Los discos se grabaron en los noventa y queríamos que al pasar treinta años, la gente hablara y es lo que pasa ahora. Todos hablan de esos discos. Es bonito porque es pop, pero lleno de referentes que hicieron música loquísima. Lo que hacíamos era componer una canción en Do mayor, en Re y luego bañarla de sintetizadores, violines, sin que pierda la esencia de la música pop para que quede con la gente en el tiempo. Hacer música pop es escribir una historia dentro del rock. Silvania ha escrito con sus discos una historia que la gente sigue descubriendo.
Después de Silvania vino un segundo proyecto llamado Ciëlo, con el que sacaron dos discos: «Un amor mató al futuro» (2002) y «Paraíso vacío» (2007).
Eso corresponde a nuestra época del 2000. Nos empezó a llegar mucha música de Alemania, el synth rock. Se hacía música new wave, con sintetizadores. De 1996 a 1998 tocábamos mucho y hacíamos giras todo el tiempo. En 1998 caigo enfermo (al estrés se sumó comer en la carretera, entre otras cosas). Nos tomamos un año sin hacer nada. Coco me propuso que Silvania acabe. Haríamos Ciëlo, que sería más pop, más sintetizado, más new wave. La diferencia es esa: la música de Silvania es más etérea y la de Ciëlo es más new wave y punk.
¿La música sana?
Cuando he estado enfermo y deprimido, prefería escuchar ruido. Escuchar a Cocteau Twins, The Beatles, te levanta. Depende mucho de uno. Depende de tu alma, tus ánimos. Cada persona es un mundo.
Acaba de salir «¿Cuánta distancia hay entre tu alma y el sol?», disco tributo a Silvania con versiones de Catervas, Veronik, Grupo Miel, Theremyn_4 y más. Te has encargado de la portada y de masterizarlo. ¿Te entusiasmó trabajar con Trilce Discos?
Sí, ellos me llamaron. El hecho que se llamen Trilce Discos ya es una manera de homenajear a Silvania (hay una canción que se llama «Trilce», que aparece en el segundo disco de Silvania). Cuando regresé a Lima, hace un par de años, me llamaron y me propusieron la idea. Es muy fácil trabajar conmigo, soy una persona muy práctica, no soy mucho de dar vueltas. Lo que me gusta, me gusta y voy a por ello. Me entusiasmó mucho trabajar con ellos.
Últimamente estás haciendo fotografía y video…
Cuando vivía en Europa vi cuadros de Chagall, Monet, Pissarro, Manet. Los impresionistas me volvieron loco. En los libros los colores se ven sólidos, pero en los cuadros los colores son transparentes. Me dije «no soy pintor, pero hago fotografía». Una fotografía puede parecer una pintura. He hecho dos exposiciones fotográficas en Lima (una en la Plaza San Martín y otra en El Paradero, en Lince).
Me decías que tu paleta de colores se ha enriquecido con los colores de Lima.
El celeste no es celeste, el rosado no es rosado, el fucsia nunca llega a serlo, el amarillo nunca llega a ser amarillo. ¡Es difuso, pero hermosísimo! Con este océano tan grande... Lo que hago es muchas fotografías a los atardeceres y las amplío. Esos colores me quedan como manchas. Fotografío los cuerpos desnudos, la piel es muy hermosa: cuando se transparentan esas manchas que he creado, la piel coge diferentes colores, diferentes matices en la cara, los ojos, el pelo. Las voy transparentando con muchas fotografías de árboles. Mi truco es ampliar las fotografías para que queden como manchas. Juego. Los colores de la computadora son eléctricos, no me sirven. Tomo todo de la naturaleza. Mi paleta de colores es la luz del día, los atardeceres.
Has trabajado mucho lo electrónico en la música, pero en la fotografía buscas lo analógico.
Silvania estaba entre la tecnología y lo analógico. Nunca trabajamos con computadoras: siempre trabajamos con sintetizadores y guitarras.
¿Sigues sin pensar en el futuro? ¿El azar tiene mucho peso para ti?

No le tengo miedo al futuro ni a la muerte. Lucho por ser feliz. Y eso es sacar tu día a día adelante. Hay cosas muy bellas que vienen por la casualidad. Tengo miedo a planificar las cosas. Una vez una chica me escribió y me dijo que no podía salir de su casa porque sentía que se le caían las paredes; estuvo a punto de quitarse la vida y un poco antes de hacerlo, descubrió a Silvania. Le encantó, me empezó a escribir y me pareció muy bello lo que me dijo. Y nunca pensé que le iba a salvar la vida a una persona con mi música. 

Soy muy interior. Hago música en mi cabeza, la llevo al estudio, pero siempre soy yo. Soy muy soñador, Ana, y a la vez soy una persona práctica. Siempre tengo ganas de que se muevan las cosas.


Entrevista realizada el sábado 26 de enero del 2019 en Miraflores.

FOTOGRAFÍA DE ANDREA CELESTE


Escrito por

Ana Rodríguez

Lima, 1981


Publicado en

Los jueves

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