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Entrevista a Ulises Gutiérrez Llantoy

«Hay que perdonar. La vida continúa. Si vamos a vivir atados al pasado de qué nos sirve seguir viviendo»

Publicado: 2019-11-21
Ulises Gutiérrez Llantoy (Huancavelica, 1969) estudió en la Facultad de Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional de Ingeniería. Desde hace 22 años trabaja en Sedapal como ingeniero sanitario. Ha publicado el libro de cuentos «The Cure en Huancayo» (2008) y las novelas «Ojos de pez abisal» (2011), «El año del accarhuay» (2017) y «Cementerio de barcos» (2019).

Un personaje bradburiano en «La muerte es un asunto solitario» dice que los médicos deberían cavar zanjas, a los poetas les haría bien lavar platos y a los detectives, escribir novelas. No es usual encontrar un ingeniero que sea narrador.
Esa idea me sustenta. En mi vida personal ser ingeniero y escritor me ha ayudado a tener cierto equilibrio. La ingeniería es bastante estresante y gracias al oficio de escribir he podido liberar muchas tensiones. Hay un carácter terapéutico no solo con la escritura, con la lectura también.
¿En qué consiste la labor del ingeniero sanitario?
Trabajo en Sedapal, en la Gerencia de Proyectos y Obras. Formo parte del equipo encargado de los estudios preliminares, donde se ven los estudios de preinversión de la ampliación de la ciudad de Lima. Nos proyectamos a futuro para mejorar los servicios de agua y desagüe. Ya tengo 22 años en Sedapal.
¿Siempre supo que quería dedicarse a esa área?
Terminé la carrera en 1993 y casi de inmediato ingresé a trabajar en el Departamento de Ingeniería de la Universidad Nacional de la Selva (Tingo María), luego estuve en Centromín (donde hice mi tesis de ingeniero). Después de titularme, entré inmediatamente a Sedapal. Por fortuna, la ingeniería sanitaria (que es la ingeniería del agua) es una de las ingenierías más demandadas.
Usted escribió un post que decía que el Perú es el octavo país con más agua dulce del mundo, pero que el 70% de la población vive en la costa del Pacífico con apenas el 1,7% de esa agua dulce (el resto se encuentra en la cuenca del Amazonas y el Titicaca).
La planificación del Perú es completamente contradictoria. El 70% de la población vive con el 1,7% de agua disponible. Como decía en el post, era como si ganara S/ 100 y toda la vida solo pudiera gastar S/ 1,70. Las grandes ciudades están en la costa, donde los recursos hídricos están en la cuenca del Atlántico (sierra y selva), donde vive apenas el 30% del país. Tenemos que ser conscientes de lo escasa que es el agua y ahorrarla en la mayor medida posible. Lima está en un desierto y sus principales ríos (Rímac, Chillón y Lurín) son estacionales y dependen de la cordillera de los Andes. Se debe ahorrar el agua en la mayor medida posible.
Volviendo a la literatura, tenía curiosidad por saber si la decisión de escribir narrativa surgió en Japón cuando estudiaba y se comunicaba en otro idioma.
Al Japón fui en el 2001 a hacer un curso de especialización en gestión ambiental de recursos hídricos. De alguna manera sí, este exilio lingüístico influyó porque solo tenía un colega brasileño al que yo le hablaba en español mientras él me contestaba en portugués, y más o menos nos entendíamos.
¿Los talleres literarios también lo ayudaron a escribir?
A mí me ayudaron un montón. Pasé por varios talleres literarios, llevaba avances de capítulos y me di cuenta de varias cosas gracias a los comentarios de los participantes de los talleres. «Cementerio de barcos», te cuento, me tomó siete años. Muchas de las ideas y cómo se armaron los capítulos de la novela han sido gracias a los comentarios. En el 2006 estudié en la Escuela de Escritura Creativa de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Precisamente entre el 2006 y el 2008 es que escribo los cuentos que salen a continuación. Y en «Ojos de pez abisal» está la experiencia del Japón y varios recuerdos de mi pueblo Colcabamba (en Huancavelica).
En su narrativa los personajes pueden existir más libremente gracias a los registros que usan, su forma coloquial de hablar y porque alternan el quechua y el español.
Alguien me dijo que era yo era un escritor oral que narra por escrito. Esas voces multilingüísticas destacan en «Cementerio de barcos». Es un método con el que me siento cómodo para narrar. Lo he aprendido en las lecturas de Cabrera Infante, Roberto Fontanarrosa y otros. Haruki Murakami también me ha marcado mucho. Los primeros cuentos de Fontanorrosa con gente que habla o monologa interminablemente me hacían recordar mucho a mi abuelo, quien me contaba los primeros cuentos cuando yo vivía con él de niño. Encontré en esa metodología la mejor manera de contar.
¡Ahí estuvo la semilla de la escritura literaria!

Definitivamente. Mi abuelo vivía solo desde que enviudó en los setenta. Pasaba el tiempo en sus chacras, a cinco o seis horas a caballo de Colcabamba. Cuando llegaba después de dos o tres meses de vida de eremita me contaba historias increíbles donde él era el héroe. Sin saber técnicas de narración, sus relatos tenían inicio, nudo y desenlace. Le debo mucho a mi abuelo.

¿Usted tiene algún ritual de escritura?
Entendí que el título era fundamental antes de empezar a escribir. «Cementerio de barcos» tuvo un título muy parecido desde el inicio y eso me dio la línea base de la historia y desde entonces lo que escribo empieza por el título. Cuando uno hace un proyecto de ingeniería, hay un producto final. En este caso, el producto final está encerrado en el título de una novela. Por lo demás, escribo cuando me siento tranquilo. Si he tenido un día de trabajo más o menos sosegado, puedo sentarme en mi casa a escribir. Si he tenido un día pesado, me voy a descansar.
Hablemos de «Cementerio de barcos»: ¿cuánto de político hay en Elmer Ccasani?
En la novela él se enfrenta a los comunistas que reinaban en la UNI. Debate con ellos y manifiesta su punto de vista, sobre todo económico. Y habla de la libertad. No solo habla de ella, sino que la ejerce. En mis novelas y cuentos no pretendo hablar de política, pero los personajes definen su personalidad y punto de vista político y económico. En el contexto histórico de la novela era necesario que Elmer rompiera con los esquemas que reinaban.
En «Cementerio de barcos» hay marginalidad y belleza en la marginalidad.
Elmer es la suma de muchos de mis amigos que conocí acá en la UNI. La mayoría éramos muy pobres. Los lugares que describo existen. Los he conocido por mis amigos cuando los he ido a visitar o hemos ido a una fiesta. O también son zonas que he conocido por mi trabajo: no tienen agua potable y están en los extremos de la ciudad. Todo este bagaje de recuerdos me ayudó a armar estos mundos marginales en que la belleza, a pesar de la pobreza, puede destacar.
Y en «Cementerio de barcos» y «Ojos de pez abisal» los amigos llegan a ser la familia. A Elmer y el Zancudo los salva la amistad, el amor, la música.
A mucha gente de mi generación el arte nos salvó. En «Ojos de pez abisal» vivíamos en toque de queda y nos quedaba refugiarnos en la música y los libros para escapar del infierno que era el Perú en esos momentos. He conocido a personas parecidas a Elmer cuyas deficiencias económicas eran suplidas por una apreciación del arte, la música, la poesía.
En «Cementerio de barcos» lo más extremo son los locos: el reflejo de un país sin rumbo.
Esos locos existieron con aquellos nombres. Para mi generación recordarlo y contarlo es necesario. Eran estudiantes que se volvieron locos y su mundo era este. No sé si recibirían tratamiento, pero preferían vivir en libertad en la UNI. Su mundo se terminó cuando ingresó el Ejército. Lo recuerdo con especial tristeza porque se quedaron caminando por los alrededores.
¿Cómo dialoga «Ojos de pez abisal» con otras novelas de conflicto, de memoria?
Empecé a imaginar la novela a partir de un recuerdo de mi madre. En 1985 o 1986, yo regresaba de vacaciones a Colcabamba y en el margen de Tayacaja con Huanta, donde había pequeñas parcelas, asesinaron al hijo de una de las familias que vivían ahí, un muchacho que era de mi edad. Los senderistas lo acribillaron cruzando el puente del Mantaro. Se decía que no se debía ir al entierro porque los senderistas sabrían quiénes no estaban de su lado. Mi madre fue y otras quince madres también porque la señora que había perdido a su hijo era su amiga. Fue un entierro de madres que llevaban un hijo. Esa imagen tristísima dio paso a «Ojos de pez abisal» y esa imagen está en la novela.
En «Ojos de pez abisal» el quechua está integrado.
Viví en Colcabamba, cerca a la frontera con Huanta, hasta los once años. He estudiado la primaria con quechuahablantes. Mis padres hablaban quechua pero nunca me lo enseñaron y permanentemente me decían que no lo hablara porque mi español se iba a degenerar. Yo empecé a estudiar quechua hace poco y por fin he entendido algo de su gramática.
Otro tema es el perdón…
Ese capítulo fue muy difícil de escribir. Encontré un reportaje sobre una madre negra cuyo hijo había sido asesinado por un racista sudafricano. El asesino de su hijo purgaba condena y solicitó hablar con ella. Ella no pensaba en perdonarlo, pero quería hacerle preguntas que solo él podía contestar. Después de reunirse con él, termina perdonando al asesino de su hijo. Ese reportaje me dejó muchos sentimientos encontrados y quise hacer algo parecido entre el Zancudo y Renán. El Zancudo reflexiona sobre el perdón y empieza a perdonarse a sí mismo y trata de salvarse. Hay que perdonar. La vida continúa. Si vamos a vivir atados al pasado de qué nos sirve seguir viviendo.
La presencia de la música también es importante en sus libros.
La música está presente en mi vida personal. Soy un melómano. Cuando estudiaba en la UNI tenía una banda que se llamaba Los grillos de medianoche (cantaba y tocaba la guitarra). Los grillos de medianoche aparecen en «Cementerio de barcos» con otro nombre. La etapa universitaria me hizo conocer a muchos amigos que escribían poesía. La música y la poesía era nuestro refugio para olvidar la hiperinflación, la epidemia del cólera, la violencia que nos acechaba. Leo bastante poesía y la música tiene mucho de poesía.
¿Qué nos puede decir de «The Cure en Huancayo» y «El año del accarhuay» (que ya no se encuentran en librerías)?
A «The Cure en Huancayo» le tengo mucho cariño porque fue el primer libro y muchos de sus cuentos están basados en los recuerdos de mi niñez en Colcabamba y los viajes que he podido hacer. «El año del accarhuay» es una novela que escribí como parte de la Colección del Bicentenario (todas las novelas están ambientadas en la Independencia) y es la historia de un niño que no tiene una mano y por eso no participa en las guerras patriotas, pero es testigo. Es un niño que habla quechua.
¿Qué tan difícil ha sido dar a conocer sus libros?
«The Cure en Huancayo» lo publiqué con Revuelta Editores y luego con editoriales de Huancayo porque llamó bastante la atención allá. Incluso ha sido parte del Plan Lector en Huancayo. La siguiente, «Ojos de pez abisal», me costó colocarla en librerías. Persistí y a través del boca a boca y las reseñas del libro pude hacerlo. La parte difícil es la distribución.
¿Seguirá el ingeniero financiando al escritor? 
Como van las cosas sí, mientras pueda hacerlo. Tengo un par de temas en mente para una siguiente novela. Paralelamente, estoy trabajando unos cuentos también. Estoy investigando mucho para la novela porque está ambientada en muchos pasajes de la historia del Perú: desde la llegada de los españoles hasta tiempos contemporáneos.
No se ha animado a ser profesor…
Me encantaría hacerlo en algún momento de la vida.
¿No se lo han propuesto?

Alguien me ha propuesto dictar un taller literario con la gente de la UNI. Hay gente que no ha leído un solo libro de ficción. Uno tiene que leer en defensa propia.


Entrevista realizada el lunes 11 de noviembre del 2019 en la Universidad Nacional de Ingeniería.


Escrito por

Ana Rodríguez

Lima, 1981


Publicado en

Los jueves

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